divendres, 23 de juliol del 2010

Plastun



Todo aquel que se precie de ser alguien en la provincia de Primosrkiy ha de tener un gato y una dacha. Hablemos de pueblo o ciudad, da lo mismo, encontraréis gatos a cada lado. Las dachas también son habituales, sobre todo en los alrededores de núcleos urbanos. Que nadie se espere la dacha bucólica de Doctor Zhivago, no: las dachas en Primorskiy están compuestas por una cubierta de hojalata y construidas con planchas de madera reciclada. Algunos las pintan con colores alegres, otros las mantienen en su gris crudo. La dacha es donde los rusos plantan sus verduras y pasan las horas de sol de los fines de semana cálidos. Para Alexey, nuestro ángel de la guarda en el Ussuri, la dacha supone un recuerdo desagradable de su infancia, de cuando le obligaban a ir al huerto a plantar patatas y almorzar un plato de okroshka, una sopa fría a base de cebada, pepino, remolacha y leche. A mí me gusta; él no la tolera.


Olga no tiene gatos pero sí tiene una dacha. En ella cría a perros de una raza extraña. Su coche lleva un adhesivo de una organización internacional de protección de perros. La pegatina ya iba ‘de serie’ en su furgoneta Toyota, la puso su primer propietario, alguna familia japonesa. El 90% de los vehículos de este país son vehículos de segunda mano japoneses o coreanos. Se pueden distinguir porque muchos conservan distintivos del pasado. Incluso los autobuses públicos de Dalnergosk, de la marca Hyundai, todavía llevan carteles escritos en coreano de las antiguas líneas que recorrían en su ciudad de origen.


Olga tiene 33 años y junto a su marido regenta una empresa de distribución de una marca de agua mineral local. Su padre nació en Ucrania y ‘fue’ trasladado a Primorskiy para colonizar la región. Ucranianos y georgianos han sido en el último siglo los principales peones de la rusificación del Este de Rusia.


Olga se ha ofrecido para acompañarnos por la costa a cambio de una contraprestación económica más bien modesta. El lema de vida de Olga es “las mejores cosas son las peligrosas”. Se considera una persona de sensaciones fuertes: hace paracaidismo, carreras de motos, submarinismo y caza mayor (“Pero no cazo osos porque me tienen miedo”). Conduce a una velocidad de locos y pone la musica tecno en el coche, a un volumen que en la Union Europea seria considerado como una infraccion de trafico.


Dice que le gusta pescar salmones en especial cuando las orcas se acercan a la desembocadura de los ríos y compiten con el hombre por las mejores presas. Olga, en definitiva, es una mujer que inspira respeto. Pero, al fin y al cabo (y que me perdonen el machismo) es mujer, y cuando sale del coche y la rodean los tábanos de Primosrkiy, unos bichos enormes con un aguijón que marea, se pone a correr y a dar grititos.


Al final te acostumbras a los tábanos del Ussuri y de un manotazo les disuades de sus malas intenciones (a diferencia de los tábanos europeos, que se vuelven agresivos si los quieres espantar). Uno de estos insectos picó a Andrea hace tres días, en la ceja. Le ha dejado el ojo como si tuviera un orzuelo. Olga también me ha disuadido de escaparme por el bosque porque está, aseguraba, lleno de serpientes. La paranoia por la seguridad de los rusos es lo único cargante del viaje. Evidentemente me he escapado de su tutela y lo único que he visto son un sinfín de especies de setas. Sólo entrar el bosque ya te envolvía con un aroma irresistible a setas.

Olga nos ha acompañado a lugares de la costa en los que estuvieron Arseniev y Dersu Uzala. Mi destino principal era la bahía de Pastún. Cuando Arseniev visitó Pastún, allí no vivía alma alguna. Hoy se levanta un pueblo modesto y un puerto maderero, de descarga de vehículos de segunda mano y carga productos químicos de la región.

La región entorno a Dalnergosk es un puzle de minas de minerales valiosísimos. Frente a nuestro hotel hay una mina de plomo y oro. Alrededor de la ciudad, siguiendo la carretera de la costa, hay minas de litio, cadmio e incluso de uranio. Muchas plantas de tratamiento de minerales han sido trasladadas a zonas alejadas de las poblaciones. En la mayoría de casos, los pueblos combinan paisajes bucólicos con las estructuras abandonadas de las fábricas que han sido abandonadas por el bien de la salud de sus ciudadanos. Las minas abandonadas provocan una fascinación especial en artistas y periodistas. Sea en la cuenca del Ruhr o en Dalnergosk, estos monstruos oxidados esconden una belleza sin igual porque evidencia la caducidad humana.


¿Os acordáis de Yul Brynner, el actor? Él nació en Vladivostok. Su familia, de origen suizo, emigró a Primorskiy en el siglo XIX y se consolidaron como la gran dinastía industrial de la región. En Rudnaya Pristan, pueblo vecino de Dalnergosk, los Brynner tenían en propiedad la mayor empresa de la zona que explotaba minas de plomo y litio. Sus activos son hoy propiedad del consorcio Dalpolimetal. El puerto del centro de tratamiento de los minerales todavía se mantiene tal y como era en la época de los Brynner.


Mañana dejamos la costa y nos dirigimos de nuevo al Oeste, a la frontera con China y al lago Janka, uno de los más grandes del mundo y, por lo menos la parte rusa, protegida como Parque Natural. Arseniev pasó un invierno al borde de la muerte en el lago Janka. Hoy lo único que muere en el Janka son sus árboles (víctimas de la tala ilegal) y los sicarios de las bandas mafiosas locales dedicadas al contrabando.